domingo, 14 de febrero de 2010

A tí, donde quiera que estés.


Me acordé de tí hoy mismo y aún me duran sus efectos. Me sentí débil. Vulnerable por primera vez en mucho tiempo. Estaba haciendo limpieza y encontré una carta de esas que solo tú enviabas. La última carta, una carta que no dice nada y que parece decirlo todo. Está fechada en Abril de 2009. Nunca respondí y no sé realmente porqué. Sin embargo, ahora que tengo más motivos que nunca para no hacerlo, creo que te mandaré esta carta. Algún día.


Hace años, venías a la ciudad cada verano. No teníamos nada que hacer en las calurosas mañanas de Julio, así que me llevabas al parque o a un aburrido museo. Me encantaba subirme en la locomotora de vapor y sacar la cabeza por la ventanilla, mientras me gritabas "¡ niño, que te vas a matar!". En realidad, no lo hacía por hacerte rabiar. Era culpa de esa sensación infantil de libertad, de arropamiento y de una felicidad que sólo los tibios rayos de Sol sabían desentrañar. Quizás solamente estaba engañado.


Han pasado tantas, tantísimas cosas desde entonces, que ya no sé. Siempre supe que también tenías defectos. Más incluso que el resto. Siempre lo supimos. Siempre estabas discutiendo porque no eras el centro de atención. Me habitué desde muy pequeño . Me habitué a no contar con ciertas personas ni entonces ni a día de hoy. Creo que eso me ayudó a ver que no todo es color rosa, ni rojo piruleta. Hasta ahora, pensé que había varias tonalidades: a veces rosa, otras negra y otras gris. Pero no sé. Ya no sé. Supongo que esto me exigió un nivel de madurez que no tenía y que fui adquiriendo a base de calderazos de agua fría, como los críos de la fotografía. Pero no sé si quiero calderazos. No sé.



Pero esto en cambio me pilla completamente desprevenido. Tú. En la vida. Lo juro. No me lo creo. No me lo quiero creer. Aquí, nadie se lo podía creer tampoco. Yo me lo tomé a mi manera; los demás presiento que no pueden. No me extraña. No sé. No siento asco. No siento nada. Sólo un poco de indiferencia y si quieres, un poco de lástima. Pero hoy dormiré tranquilo. Es lo que me queda.
Otros, directamente, prefieren decir que ya no estás. No sé. Quizás sea lo más sabio, porque de todas formas no me enteraré el día que suceda. Yo ya no puedo hacer nada. Lo único que sé con una certeza absoluta es que eso se acabó. Y que yo no haré nada por cambiarlo. Ni puedo ni quiero. Ésta es mi última carta a la calle Serrano.





( Me hubiese gustado decir que esto es una exageración. Pero no tiene nada que ver con el campo literario.)

No hay comentarios: