miércoles, 30 de septiembre de 2009

Aquí mismo, en cuarenta años



Cuando vio las primeras casas al fondo, el corazón comenzó a latir con más fuerza. Sí, allí estaba: en la misma ciudad y en el mismo lugar de siempre. No tenía la culpa.... En absoluto. Los negocios mal llevados, los problemas, ideas políticas ... les habían jugado una mala pasada y hasta aquel día, no había regresado. Cuando en 1975 la democracia volvió a su patria, él no podía pagarse un billete de vuelta. Solo pudo verlo a través de un televisor viejo, mientras soñaba con los campos verdes de su tierra. Creyó que jamás volvería.


Pero las imprevisibles circunstancias volvían a juntar lo irreconciliable y separaban lo inseparable. Y así estaban, cuarenta y dos años después, casi sin reconocerse , con más responsabilidades que nunca y ... con más canas.


Antonio ya había cumplido los setenta, pero se conservaba bien. Siempre había sido blanquecino de piel, pero el sol de Brasil lo había remediado. Camisa blanca desabrochada y una bolsa de regalos bajo el brazo. Muy cambiado, desde luego. Su sobrino era solo un crío de siete años que jugaba a las chapas cuando Antonio se fue a Rio de Janeiro. Ahora se encontraba con otra persona, cuarenta años mayor, tenía una familia... pero con la misma mirada alegre de entonces.

Aquel niño se acordaba perfectamente del día en que tío Antonio decidió tirar la casa por la ventana y hacer las Indias. Se iba a un país que sonaba lejano, exótico. Brasil era Amazonas, ese río salvaje lleno de aventuras, lo cruzaba de punta a punta. Brasil era pasar el charco, Brasil era atravesar selvas, Brasil era encontrar tribus... Para un niño de siete años. Qué vida más interesante, pensaba su pequeña cabeza. Pero no se encontró, desde luego, esa clase de vida.

Él había sido la primera persona que tenía coche en el pueblo. Acostumbraba a llevar a su sobrino a Gijón los fines de semana, ante la envidia de sus amigos. Después, a la vuelta, le daba un par de pesetas y corría al kiosco a comprar unas pipas.

Aquel mismo coche se encargó de llevarle al aeropuerto de Madrid, atravesando media España. El día de su despedida, prometió volver. Y cumplió su promesa, sí. Quizás demasiado tarde, porque ya faltaba media familia. Pero estábamos nosotros para verificar que, cuarenta años después, había cumplido su palabra.


(En la fotografía, a la izquierda, un bongo de por aquellas tierras que aún conservo , recuerdo de Brasil. El otro es de Cuba).

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