sábado, 3 de octubre de 2009

Lujoburgo o el mundo del revés.



Dicen que los viajes te cambian. Visitas otra ciudad, probablemente en otro país. Te empapas, más o menos, de otra cultura. Otros modos de vida, otras costumbres, otras gentes... Son las cosas que te hacen ver que el mundo está lejos de ser el mismo. Supones que Marruecos será un contraste de culturas bestial o que el Congo resultará otro planeta. Lo que no esperas es ver ciertas cosas en Europa.


A este lado del globo, parece que el dinero brota del suelo. Debe haber más millonarios que Marbella y Mónaco juntas. Y no me extraña, la verdad. Resulta extraño no tener una mansión o un buen coche en este ducado. En Luxemburgo, la gente parece llevar otro ritmo de vida: sus palacetes en cada esquina, fortunas repartidas en los bancos de la ciudad y sus tres días de descanso ( sábado, domingo y parte del miércoles). Tomar un café, como es de suponer, es prohibitivo.

Está emplazada en una zona montañosa, por lo que hay partes de la ciudad a las cuales se debe acceder por puentes. Las murallas se alzan majestuosamente, y el río discurre por el valle. Pequeñas casas de madera muy bien cuidadas se encuentran en su orilla; le da cierto toque francés.

La sorpresa estaba por llegar al caer la noche. Paseando por un bulevar del centro, vi una mansión al otro lado de la acera. Se comenzaba a llenar de gente. Un palacete de dos pequeñas torres, rodeado por un jardín. Se celebraba una fiesta, probablemente. Invitados ataviados con sus mejores galas, que no dudaban en parar delante del portón con su Mercedes o su Mazzerati, en un lugar desde el que pudiese ser bien visto ( y envidiado). La vida de aquellas personas consistía en eso: presumir, comer y aparentar. El resto, lo hacían los que no tenían aquel nivel de vida.

A pocos metros de allí, una mujer de apariencia árabe mendigaba. Se quería acercar a los invitados a pedir, pero no pudo. Un guardia de seguridad , debidamente informado por walkie- talkie , se apresuró a echarla del sitio agarrándola del brazo, ante las miradas curiosas de los invitados y sin que nadie hiciese nada. Le dijo algo de malas maneras y tuvo que irse, finalmente. Sólo era una vagabunda, nada más.
Te deja impresionado, la verdad. ¿Cómo pueden ocurrir estas cosas a día de hoy? Parece como si tener un millón de euros te convirtiese en otra raza "superior": resulta que siempre debe haber ciudadanos de primera, de segunda y de tercera. La diferencia entre ser o no ser mejor, reside en un fajo de billetes. Quién sería el desgraciado que inventó las diferencias sociales... y el jodido egocentrismo.
Pues creo que tiene más mérito esa gente: personas que lo arriesgan todo por agarrarse a la vida, lléndose de su patria, dejando una familia atrás, sin nada. Sin formación, sin estudios, sin permiso de trabajo, sin saber la lengua... condenados a vivir así. ¿Quién es capaz de soportar años y años sin poder hacer nada? Nadie. Y con todo, consiguen sobrevivir en la ciudad de los ricos, en el estado en el que no existen los céntimos. El mundo de hoy nos ha hecho olvidar todo esto y mucho más. Nos ha hecho apagar el televisor, girar la cabeza cuando hay problemas. El mundo está patas arriba...

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