sábado, 26 de septiembre de 2009

Los últimos días de Pompeya.


Trozos de carne que se enfriaban en el plato. Miradas de confusión absoluta. De espanto. Vidas que acababan de cambiar por completo.¿ Qué estaba sucediendo?

La anciana habló o más bien murmuró algo incomprensible. Su mirada estaba perdida, pero jamás había sido tan expresiva. ¿Qué podía estar pensando? Nada. Esa era la respuesta. Setenta y tres años de recuerdos que se acababan de esfumar de golpe. Se congeló el momento, parecía poder la vista en el infinito, en algún lugar. La mujer que estaba sentada junto a ella, tuvo que girarse. No podía sostener aquella mirada tan... fría, carente de sentimiento. Ninguno de los comensales podía arrancarle una sonrisa. Ahora ya no. Era y no era ella.


Entonces, ante la sorpresa de los allí presentes, comenzó a hablar con un hilo de voz. Árboles de los que brotaban calcetines, una vieja fotografía de mediados de siglo que nadie sabía que existía, un espejo que guardaba demasiadas cosas.Todo sonaba tan extraño...

- Hoy lo he visto - dijo la anciana, con la mirada completamente ida.

- ¿A quién has visto? - preguntó la mujer, con el tono más alto de lo normal. Tenía que hablarla claramente para que pudiese escucharla. Otra cosa era que lo comprendiera.

El silencio se apoderó de la cocina. Los comensales seguían esperando a que respondiera, impacientes. Pero no parecía pensar en nada. La mujer le repitió la pregunta y siguió callada. Su cabeza temblaba inevitablemente y no parpadeaba. Recapacitaba, intentando recordar. No sabía casi ni de qué la hablaban. Había perdido el juicio.

- A la muerte - dijo, al fin, tartamudeando.

Nadie pudo decir nada. Les acababa de pillar desprevenidos. La chica, una de las que comía en aquel momento, ahogó un grito y se levantó de la mesa rápidamente. Se fue corriendo a la habitación. La señora no se había enterado de nada. Mientras, el chico ya había salido detrás de ella.

La encontró llorando, sentada en la cama. Tenía los ojos enrojecidos.

- Yo no puedo con esto. ¡No puede estar pasando! - exclamó ella, desesperada.

- Tranquilízate, por favor - le pidió él.

- Llevamos cuatro meses luchando contra viento y marea. Ahora que las cosas empezaban a ir bien... - dijo, rompiendo a llorar.

- ¡Eh, eh ! Lo superamos y superaremos esto también - replicó él. Le acarició el pelo, como solía hacer cuando era pequeña. La tranquilizaba mucho.

- Nada nos ha frenado, nada ha podido con nosotros - inquirió, con tono animado.

- Esto está por encima de nuestras posibilidades.

- No. Solo es un episodio que pasará- mintió él. -Nada más.

Se quedaron callados, de nuevo.

- Me siento mal. No debería de estar llorando, con todo lo que estás pasando tú...

- Eso ahora no me importa - le cortó.

- ¿Sabes? Tengo miedo. Tengo un miedo terrible a lo que vaya a pasar - balbuceó ella, mirándole directamente a los ojos.- Pero si estás aquí me siento mucho mejor.

Sonrió por primera vez aquel día, mientras le abrazaba. Él suspiró, aliviado. Después, él salió del dormitorio cerrando la puerta. Avanzando por el pasillo, la sonrisa comenzó a desvanecerse. Cuando llega a su habitación, se sentía tan mal que se sentó en el suelo. Hiperventilaba, casi sin tiempo para poder respirar. Allí mismo lloró por primera vez en años, como nunca antes lo había hecho. Y es que también los cabezas de familia perdían el control de vez en cuando. En silencio, eso sí. No podía dejar que alguien viese el más mínimo atisbo de debilidad en su aparente madurez. Así era la vida... al borde del abismo.


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