domingo, 1 de noviembre de 2009

Bodas de porcelana.

Ella trabajaba en un instituto de Madrid. Él era recepcionista del Hotel Reconquista. Ella se dedicaba a viajar siempre que podía. Él, a ayudar en la cafetería siempre que podía. Ella odiaba el campo. Él, la ciudad.Una cosmopolita. Un chico de pueblo.


Cuando ellos se encontraron, no se imaginaron lo que trascendería de aquel encuentro. De hecho, no se llevaban bien. "La niña pija de la capital", así le describía él. Pero ella era y es cabezona como ninguna. Y lo consiguió.


Y con el recuerdo de aquellas noches de verano en la cabeza, se tuvo que ir. Se volvía a Madrid después de dos meses con él. Pero ella no lo olvidó. Llegó a la capital y decidió perder la cabeza.


Volvió a cruzar toda la meseta, pensando que estaba loca. Pedía que por favor el Volkswagen no se volviese a estropear en mitad de ninguna parte. Y no lo hizo. A la mañana siguiente llegó a ese pueblo que siempre había odiado y se plantó frente a esa casa que no podía olvidar.

Las cosas de la vida: ella se adaptó. Él conducía horas entre carreteras torturosas llenas de nieve para verla tan sólo unas horas y después irse. Pero mereció la pena. Cosas de la vida: ella se enamoró de las tierras asturianas y él de la ciudad, a donde se trasladaron a vivir. Cuatro años más tarde, aquel día de Octubre de 1989, se daban "el sí quiero".


Las cosas se pusieron difíciles. Llegó una oferta de empleo en el extranjero y un montón de dudas con ella. Estuvieron a punto de irse allí, a Santo Domingo, un país completamente nuevo, con un par de niños que no llegaban a los diez años. Iban a abandonarlo todo y a pesar de ello, siempre estuvieron de acuerdo.


Estos últimos meses, más que nunca, las cosas se ponen más y más difíciles. Estas semanas están poniendo a prueba de qué madera están hechos y no lo están haciendo nada mal. Lo superarán. Son cabezones y sus hijos, tres cuartos de lo mismo. Debe ser cosa de familia.


Pero por algo cumplen 2o años juntos. Por algo cuentan todos los años esta historia y acabo harto de escucharla. Por algo son iseparables. Por algo les escribo esto, aunque estemos riñendo continuamente. Porque aunque muchas veces discutamos siempre están ahí, para escuchar, para hablar... para todo. Felicidades a ellos, que se lo merecen más que nadie.

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