lunes, 9 de noviembre de 2009

Muros.


A pesar de que nos quejamos continuamente, tendemos a ser conformistas. Mucho ruido y pocas nueces. Para qué negarlo. Con una casa y un trabajo asegurado, probablemente se calman los ánimos más caldeados y cualquier aire de revolución. Y los políticos lo saben, de hecho muchos se dedican a prometer ambas cosas, haciendo uso de técnicas demagógicas. Muchos, no todos, son auténticos expertos en amansar fieras. Aunque, quizás, las personas no seamos tan sencillas.


La noche del 9 de Noviembre, la situación se fue de las manos y el muro comenzó a caer, ante la mirada atónita de millones de telespectadores del mundo que lo veían desde sus casas. La guardia fronteriza, aún no tenía información de la apertura, dejó pasar a los ciudadanos espontáneamente, ante la presión de los berlineses. Los orientales fueron recibidos en Berlín Oeste con cerveza gratis en los bares de la zona y con abrazos de la gente, aunque muchos no se conocían de nada.

Pocos restos quedan de lo que, hace 20 años, fue uno de los mayores actos de valentía y, por qué no decirlo, una locura. Años y años en los que muchos intentaron cruzarlo clandestinamente, muriendo en el intento. Familias separadas por más de 120 kilómetros de hormigón. Un monumento ridículo que separaba no a dos mundos, sino a un país, aparentemente irreconciliable. Un monumento que destrozaba vidas con su existencia y que poco parecían hacer los gobiernos por remediarlo si no fuese por la presión ciudadana. Pero la historia, no siempre se escribe en los despachos. A veces, se escribe en las calles.








P.D, películas geniales: La vida de los otros (Das Leben der Anderen) y Good Bye Lenin!

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