miércoles, 18 de agosto de 2010

Casualidades.


A pesar de la niebla, pude ver perfectamente que los andenes estaban completamente vacíos. Tampoco había mucha gente sentada en el autocar aquella mañana de julio. Decidí ponerme en los asientos delanteros y no tuve problemas para tumbarme a la larga en dos de ellos.


Salimos de la estación de ALSA a las 9. Me esperaban ocho largas horas para llegar a Hendaya, así que hice lo que pude para dormir. Todo en vano. Primero, porque el autobús frenaba bruscamente en medio de pueblos perdidos de montaña y me despertaba del susto, y segundo, por los pasajeros que se fueron subiendo a medida que nos acercábamos a nuestro destino.


En Llanes, se subieron un grupo de "estudiantes" (por decir algo) americanos, con una cogorza considerable. Los cánticos typical spanish se sucedían uno tras otro, incluido, cómo no, el Asturias patria querida (un poco macarrónica la pronunciación, pero lo que cuenta es la intención ¿no?).


Así llegamos a San Vicente de la Barquera, donde también paramos. Aquí se acabó mi monopolio sobre los asientos. Nada más ver a la señora que se sentaría a mi lado, comprendí que tenía que haberme comprado unos tapones para los oídos.


La señora en cuestión, una anciana de ochenta y pico años, tenía un marcado acento vasco ( "¡De Bilbao pues!") y no calló en las siguientes tres horas. Empezó a hablar desde el momento en que decidió casarse hasta aquel día. Sesenta y seis años de vida ajena que me tuve que tragar sin remedio. La posguerra, cómo consiguió su primer trabajo, cómo tuvo problemas con la policía... Parecía que me estaba contando una novela policíaca.Pero, ¡lo que son las casualidades!, todo lo que me contaría me iba a resultar más interesante de lo que pensaba.


En tres horas da tiempo a decirlo todo, incluso para hablar de donde vienes y encontrar puntos en común. Resultó que la señora era del mismo pueblo que toda mi familia.


- ¿Tu abuelo se llamaba...?


- Sí.


- ¿Y tu abuela se llamaba...?


- ¡Sí!


- ¡Dios mío! ¡Éramos vecinos, puerta con puerta! Me acuerdo del día en que se casaron...


Nunca me he considerado una persona que le interese la vida de los demás, pero aquella señora me fascinó por todo lo que sabía. Tenía una memoria extraordinaria. Hace cincuenta y dos años que no se ven. Se dice pronto. Y, sin embargo, sabía más de mi familia que yo. En parte me dio vergüenza que una señora que había emigrado a Bilbao en los cincuenta supiese más que yo de mi pasado.


" Tendría que contarte un montón de cosas sobre ella, pero me tengo que bajar ya". Me regaló una caja de galletas y me dio cinco euros para que me comprase lo que quisiese. Después, al llegar a Bilbao, descendió del autobús y se fue.


Me dio bastante pena porque eso significa que nunca me enteraré. Es como si tiras a las brasas un libro que no has leído y que siempre te quedarás con la duda de "¿y de qué trata?" Pero las cosas son así. La memoria de las personas se pierde através de los años, ya sea por la edad o porque a nadie le interesa. Y es una auténtica pena.


Supongo que a veces nos olvidamos de cuántas cosas ignoramos . Si hablásemos más, si nos llegásemos a conocer más, descubriríamos un mundo de historias apasionantes en el que, por increíble que parezca, todos estamos enlazados unos con otros de alguna manera. Como dice el anuncio, el ser humano es extraordinario.

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