sábado, 25 de diciembre de 2010

El vals del kaiser.

Entra por la puerta. Con paso lento, pero decidido, se pasea estratégicamente entre las mesas, esperando un encontronazo casual que le dé sustancia a la tarde.

Bingo.

Rechaza las siguientes cincuenta invitaciones con una suficiencia extraordinaria. Se dirige a la mesa presidencial. Toma asiento en el mismo sitio de siempre y la comitiva se ordena en función del protocolo establecido. Con una teatralidad exagerada, extrae un cigarrillo de la cajita de plata y se lo lleva inmediatamente a la boca. Ya hay cuatro individuos intentando encendérselo con un mechero.

El discurso aristotélico toca todos los temas: la cuadratura del círculo, el huevo o la gallina, contar hasta el infinito. Divagan, comen y beben sin parar. Pero ciertos nobles han desagradado a su majestad con su postura. El káiser habla cada vez más alto y termina dando un puñetazo a la mesa.

Los demás, callan.

Al cabo de un rato, la primera dama hace un inciso.


- Nuestro emperador debe retirarse pronto para atender asuntos mañana al alba.



¡Viva el káiser! Larga vida al emperador, se oye decir. La situación se resuelve con un aplauso absoluto, mientras su augusta majestad abandona el salón con paso torpe.


Todos sonríen y prosiguen con la cena.



Sería un ultraje pensar que el káiser estuviese borracho.



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