lunes, 4 de abril de 2011

'O sole.





Necesito depurar, relajar, dejar de envenenarme. Muchas veces lo pienso. Esa clase de días, me voy pronto a dormir, aunque no pueda conciliar rápidamente el sueño.


Me levanto muy pronto. Cuanto antes lo haga, mejor me sentiré conmigo mismo. A las siete suele estar bien. El edredón de plumas hace las veces de abrigo. Doy vueltas en el colchón, abrazándome a la almohada. Está helada, perfectamente helada.


Hago todo eso que me apetece hacer los martes por la mañana. Desayuno tranquilamente un tazón de fresas con yogur y no café, como suele ser habitual.


Me suelo sentir bastante activo, así que a las ocho y media salgo de casa, dando un pequeño paseo. A las nueve estoy en la puerta de los vestuarios. Me enfundo en el bañador y me preparo para los siguientes cincuenta largos. Normalmente no hay un alma, ni un ruido en toda la piscina. Y eso me gusta más que nada.


Por lo pronto son las once y hace una mañana espectacular. No puedo resistirme a darme una vuelta por el barrio viejo. Me gusta meterme por todas sus calles, perderme un poco, llegar a sitios nuevos.


Suelo entrar en una pequeña librería en la que venden vinilos de segunda mano y husmeo entre las cajas, buscando algún tesoro del rock. Odio las franquicias que acaban con estos sitios, porque es un lugar único, genial, irrepetible. En el aire hay años acumulados, una historia, todo tiene un sentido y un por qué. Cerrarla sería como matar a una persona; a veces parece que tiene vida propia.


Después suelo quedar en una terraza de una cafetería, a eso de las doce, hablando y tomando el sol. Es el café de la mañana, en taza mediana. Con el calor suele saber incluso mejor. No lo cambio por nada.




Me voy a dormir. Mañana madrugo.

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