martes, 8 de septiembre de 2009

El sueño europeo.



Un amigo mío de Bucarest, afincado en España, contaba que tenía sueño a todas horas. Al principio pensaba que era pura vaguería, que era otro caradura que se dedicaba a hacer novillos continuamente,pero solo cuando le conocí. Después, mi opinión cambió radicalmente.

Lo cierto es que no es ningún vago. Al contrario, lo considero una de las personas más responsables que he visto por ahí. Con sólo diecisiete años, lleva un hogar. Al no tener padre, él es el cabecilla de la familia. Ayuda a pagar los setecientos euros que le cuesta el alquiler matándose a trabajar en una cafetería. Lunes a domingo. De seis de la tarde a dos de la mañana los fines de semana. Entre semana, se va las cinco de la mañana para ir a ayudar a descargar cosas en no se donde, y a las ocho y cuarto tiene que estar en el instituto. Así, no tiene tiempo para sí mismo. Está condenado a perder sus años de juventud para ayudar trabajando.

Contaba también la gran decepción que se llevó al llegar aquí. Los sueldos eran mejores, sí, pero la vida diaria es mucho más cara. Por ejemplo, después de hablarme sobre su afición a los caldos alcohólicos, dijo que una cerveza de medio litro costaba cincuenta céntimos en el centro de Bucarest. No hay comparación que se pueda hacer.
Rumanía es un país que está empezando a florecer, pero aún le queda mucho por delante. Saliendo de la capital, se pueden ver carros de caballos en la carretera y pueblos destartalados. A pesar de la difícil situación que pasaba allí, mi amigo siempre decía que quería volver. Europa ya no es la solución a todos sus problemas. Y en un país como España, con el problema de la inmigración que hay y, sobretodo, la crisis económica, no es ni mucho menos el paraíso.
¿Triste? Mucho. Pero así es la vida.

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