lunes, 21 de septiembre de 2009

Las cosas que nunca nos habíamos dicho.


Las cosas seguían exactamente en el mismo sitio en el que las dejé. La ciudad es la misma. Los agónicos columpios del parque rechinan entre óxido, las calles se llenan de luces todas las noches, las olas intentan acabar con el muro del malecón y la humedad invade el aire como cada mes de Septiembre. La playa huele a salitre, a mar... a vida.

Sigo escribiendo y la memoria de mi ordenador sigue odiándome por ello. Sigo pensando en un trabajo, en cómo soportar las largas horas de clase sin café y en por qué no habré cogido la cartera. Sigo siendo un desastre en el orden... y lo admito. Espero no ir a perder nada importante, sobre todo espero no estar perdiendo la cabeza escribiendo todo esto. Sigo siendo fiel a lo que quiero, aún sigo pareciendole un idealista a medio mundo.
Las personas que siempre estuvieron detrás, siguen ahí. Los que nunca lo estuvieron... no hace falta ni decir que no están. La gente que no me importa sigue sin importarme. Ni él ni sus ideas ni lo que haga. Sigo siendo extremadamente positivo. Y, aunque tú no lo sepas, es una de mis mejores armas.

La silla del bar no consigue librarse de mí un viernes de noche; tampoco la del McDonald's a la hora de cenar. Las paredes están hartas de soportar mi peso cuando me apoyo contra ellas. Mis zapatos están llenos de arena fría. Mi sombra sigue corriendo apresurada como cada mañana de otoño. Y llego tarde, como de costumbre. Bueno, quizás me confundí. No todo sigue igual. Esta vez, no llego tarde. Y no será por obstáculos. Hoy llueve a mares, ayer también. Pero tengo mi fiel chaqueta marrón de aviador que hace frente a cualquier tormenta. Hoy llego puntual, o eso creo. Hoy alguien se quedará tan impresionado con mi puntualidad que no va a poder articular palabra. Hoy vuelvo a hacer metáfora sin querer para que nadie la comprenda ( ¿o no?).

Por eso me gusta esta ciudad. Porque aunque parece imposible hacer otra cosa que no sea rutinaria, siempre te guarda una sorpresa. Y sí, a este lado del Atlántico las cosas también cambian. Para bien, para mal... o para nada. Las calles sí cambian, Gijón sí cambia, la gente cambia... Pero si hay algo que no ha cambiado es que sigo estando orgulloso de mí mismo y de mantenerme como soy.

No hay comentarios: