domingo, 25 de octubre de 2009

C'est moi qui s'a cassé.

Gracias por destrozar, por quemar lo poco que me quedaba. Cuando pisotees las cenizas, igual me siento aún mejor, así que gracias por adelantado. Gracias por demostrarme que realmente no tengo un dedo de frente. Te mandaré en breves una lista con las pocas cosas que me quedan, quizás te interesaría saber como robármelas. Gracias por todo... pero te voy a tener que pedir perdón.

No sé si conoces la historia de Prometeo. Ahora mismo estás pensando que me faltan unas cuantas primaveras. Lo sé, yo también lo pensaría. No viene a cuento, pensarás. Pero sigue leyendo.

Lo que te decía... ¿Sabes la leyenda griega de Prometeo? Pues bien, si no es así, te la contaré. Y si no, también.
Prometeo era un héroe griego, al que los dioses le encargaron crear a los seres vivos y especialmente, a los seres humanos. Después, ya creados, robó el fuego para ellos. Cuando Zeus se entera, ordena a Hefesto que lo ate en el monte Caúcaso. Allí permanece durante años. Muchos años. Todos los días de esos años, llegaba un águila y le mordía. Le arrancaba el hígado de cuajo. Pero el hígado volvía a crecer cada noche. A la mañana siguiente el águila regresaba y volvía a hacer lo mismo.
A pesar de los dolores y del sufrimiento, lo resistió. El dolor visceral (y nunca mejor dicho) era insoportable. Y continuo. Continuo durante años, durante todos los días del año.

Cuando ya parecía que todo estaba más que acabado, cuando ya estaba más muerto que vivo, Heracles le liberó. Qué alivio debió pensar.
A mí no me han arrancado el hígado ni mucho menos. Últimamente, me pretenden arrancar el optimismo todos los días. Algunos más, otros menos. Y mi optimismo no se rompe con facilidad, lo digo en serio. Pero siempre vuelve a regenerarse, como el hígado de Prometeo, aún más resistente que antes. A la mañana siguiente, salgo a la calle a vivir, no a morir. Tengo ganas de vivir, vivir intensamente porque vida solo hay una y quiero aprovecharla. Reír, andar, correr, gritar, hablar, sonreír, respirar, beber, oír... tengo ganas de todo eso y más. No tiene sentido amargarse la existencia, aunque a veces sí lo hagamos. Vive, vive por encima de todo y haz que los demás también vivan.
Perdona, porque no has conseguido hundirme. Sé que tampoco es tu intención y por eso sí que te doy las gracias. Gracias por estar ahí, gracias de todo corazón y perdóname (ahora en serio) por ser un gilipollas. Gracias también a cada una de las personas que lee esto, gracias por perder cinco minutos de tu vida leyéndolo. Gracias por hacerme reír, andar, correr, gritar, hablar, sonreír...Gracias por hacerme sentir vivo.

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