lunes, 12 de octubre de 2009

Espíritu celta.



Los Kedney no son la típica familia irlandesa que se reune todos los domingos para comer en la casa de la abuela. En absoluto. Suelen reunirse durante dos semanas seguidas en Navidad, cuando Lorna pretende cocinar un pavo que al final siempre acaba quemando. Entonces, cuando todos se sientan, se encuentran con una auténtica macedonia de lenguas y razas. Una hija es ya medio italiana, otra se ha casado con un africano, el mayor con una francesa, el mediano con una alemana , otra con un inglés y la última... sí, está con un español.


La boda, de celebrarse, se realizará en un pueblo de las afueras de Dublín. Esto es lo que me llevará a esta isla. Allí todas las casas son de colores diferentes, una costumbre celta. Los irlandeses pintaban sus hogares en tonos distintos a los de sus vecinos como distinción. Así, no hay una casa igual.
Todos se mueren por encontrarse de nuevo. Hay buen rollo. Cuñados, hermanos, suegros, novios de las hijas... todos se van al pub de la esquina, a tomarse una pinta. A éstos últimos, los novios de las hijas, siempre les gastan una novatada para romper el hielo. Al final de la noche, acaban borrachos como cubas. El padre siempre saca el tema de la emigración, de cómo la mayoría se va a Reino Unido. Después maldice a los ingleses, pero se retracta porque allí tiene a un británico como yerno. No le dan más importancia y la noche continúa.


Se despiden tras horas de juerga entre cánticos. Nada más llegar a casa, señor y señora Kedney tienen una soberana bronca por culpa de la tajada del primero. Pero se quieren y siempre se perdonan.


A la mañana siguiente, con la resaca del día anterior, partido de rugby. Muy típico de estas latitudes. Mujeres y hombres, sin distinción. Toda la familia se implica: la madre, el padre, los hermanos, los cuñados.... aquí nadie se queda fuera. Y es que en una familia tan atípica, no hay lugar para la discriminación.


En parte no son tan distintos a nosotros. Irlanda se parece peligrosamente a Asturias. Campos teñidos de un verde intenso, siempre empapados por la incesante lluvia. Las gaitas suenan también en estas tierras, donde una Guiness sustituye a la sidra. Las tradiciones, los mitos, las leyendas.... son puramente celtas, como las nuestras. Historias increíbles que susurran los cientos de castillos de Eire. Hablan de marineros perdidos, guerreros intrépidos, brujas diabólicas y hasta de duendes. Misterioso de principio a fin. Un país increíble, desde luego.


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