jueves, 22 de octubre de 2009

Se me había olvidado (quién era yo).


Llegó a casa con una maleta pequeña. No iba a pasar mucho tiempo. Solo venía a la presentación de su nueva exposición en la ciudad y de paso a saludar a la familia, que la veía de boda en boda y de funeral en funeral.




Comieron todos juntos. Otra vez. Después de diez años sin verse, las cosas se veían desde otro punto de vista. Muchas más arrugas y muchas más canas. Prácticamente como si empezasen de cero. Sobretodo para los dos más jóvenes de la mesa. Hacía siglos que se no se acordaban de su existencia, sólo sabían que el anciano había triunfado como pintor y como periodista.


El chico iba a salir de casa. Su madre le pidió que comprase una garrafa de agua en el supermercado a la vuelta y a regañadientes, aceptó. Cuando se fue, caía un auténtico aguacero afuera, pero tenía clase de inglés. No le quedó otro remedio que abrigarse y caminar diez manzanas hasta la academia.


A las cinco y media, ya había regresado. Caminó descalzo por el parqué del pasillo, como solía hacer siempre que volvía a casa. Entró en su habitación, encendió la música y dejó que sonase. El volumen muy bajo. Casi un susurro melódico, como a él le gustaba. Era un pequeño placer que se guardaba para los días de lluvia.


Entonces se percató de que allí estaba el anciano. Se giró y vio que contemplaba los libros de la estantería.


- Novela policíaca - comentó.- Te gusta leer; tienes una barbaridad de libros.


- Bastante. Aunque casi todos los libros que tengo están en la biblioteca del salón.


Sonrió y siguió dando vueltas por la habitación. Su mirada se clavó en una lámina que estaba sujeta al tablón de corcho. Abrió la boca para decir algo; después se quedó callado de nuevo.


- ¿Lo dibujaste tú?


- Sí, hace tiempo, en clase nos mandaron pintar un sitio que nos gustase.


- ¿Dónde es?


- Es la playa de Málaga, creo. Juraría que pinté el balcón del apartamento de la abuela - dijo, observándolo.


- Tienes que darle color. Sigues teniendo la manía de no darle color a lo que pintas.


- Hace tiempo que lo dejé.


El anciano se sorprendió, arqueando las cejas.


- ¿Dejaste la pintura? Imposible. Las pocas veces que te he visto, siempre estabas dibujando, pensando en tus cosas.


- Las cosas han cambiado, supongo. Se me olvida pintar, tengo un montón de cosas que hacer - respondió, pretendiendo excusarse.


- No permitas que eso pase. Sería una auténtica pena - sentenció, torciendo la boca. Se volvió a hacer un silencio. El anciano recapacitaba, pensando en algún argumento. Finalmente volvió a hablar:


- Verás, de pequeño siempre me dijiste que querías ser pintor. Que querías ir a París. Ya estaban asustados por casa de oírte decir que querías pintar en Montmatre - relataba, riéndose mientras lo recordaba.- Y tu madre siempre me hablaba de lo bien que pintabas, de lo contenta que estaba al verte dibujar en tu caballete... ¡y sólo tenías siete años!


- Es verdad. Siempre estaba obsesionado con que me comprasen un caballete - recordó él, con una sonrisa triste.


El anciano no mentía. Había dejado de pintar. Y eso que le encantaba pasarse tardes enteras plasmando su propia realidad en un papel... Pasarse tardes enteras haciendo lo que le gustaba.


Siempre había retratado una parte de su imaginación con sus lápices. Todo de cabeza, no copiaba. Aquello había impresionado a mucha gente que le conocía y siempre que hablaban de él decían que tenía una imaginación desbordante. Probablemente siempre había tenido demasiados pájaros en la cabeza. Pero eso no importaba, porque él había sido siempre así... hasta entonces.


Se sentía mal. Se sentía como el que pierde algo y no lo encuentra. Como si con el paso de los años, hubiese perdido una parte de su identidad. Una parte de sí mismo.


- Y todo eso... ¿para que esté cogiendo polvo sin que nadie lo use?- le preguntó.


- No creo que sea conveniente que lo dejes. Pinta hijo, pinta - le reprochaba, pero con una sonrisa cansada en el rostro.- Y el día de mañana, lo agradecerás.





Aquel chico, se llamaba Borja. Sí, yo mismo. Ese anciano, como le llamo yo aquí, es y será familia mía. Fue además, subdirector del diario "El País" y ante todo, es un gran pintor. Y no es porque yo lo diga. Varias galerías de arte están de acuerdo con esto. Yo mientras tanto, he vuelto a revolver cajones en busca de mi viejo cuaderno. Porque se me había olvidado quién era yo.

1 comentario:

Margot dijo...

me gusta :)recuerdo que tenías la foto de Bordeaux en el corcho!