miércoles, 4 de noviembre de 2009

(Feliz) año dos.

- Fin de la historia - dijo, tajantemente. Le había costado hacerlo, pero definitivamente lo hizo. Se giró sobre sus talones y caminó en dirección contraria, dejándola completamente descolocada. Acababa de tirar la casa por la ventana.
Suspiró y metió la llave en la cerradura, como cada tarde. Estaba cabreado y bastante cansado. A parte de lo que acababa de suceder, no había conseguido aprobar el examen: un dos y medio. Si en algún momento podía deshacerse de las matemáticas, lo haría. De hecho, estaba planteándose elegir las Humanidades para el siguiente curso. Pero hasta junio, aún quedaban ecuacciones, números y triángulos que tendría que superar.
Dio solo una vuelta a la llave; debían haber llegado. Propinó su habitual hola a voces, pero nadie respondió. Estarían en la cocina, pensó.
Desde el vestíbulo olía a café. No le gustaba, quizás porque aún no sabía apreciar su sabor, pero le encantaba ese olor. Cerró la puerta lentamente y la casa se sumió en la completa oscuridad. Después, avanzó a tientas por la casa; no quería encender las luces. Ella estaría durmiendo, llevaba varios días enferma en cama.
Oyó un sollozo. Algo no iba bien. Por una extraña razón, creyó más adecuado pegar la oreja a la puerta de la habitación, de donde salían los lloros. " Han llegado los resultados", eso fue lo que entendió. Después palabras sueltas: médicos, hospital, sin esperanza... y finalmente "quimioterapia".
Algo, algo muy dentro de él, acababa de trastocarse. Entonces saltó algo en el cerebro, comprendió lo que significaba oncólogo y comprendió miles de cosas más que le habrían sido muy útiles en el examen de biología. Pero no sintió precisamente alegría. Se sintió como el reportero que llega tarde para dar una noticia, como el conductor de ambulancias que llega cuando ya no hay heridos. Se sintió como si le acabasen de amputar medio cuerpo.
Sintió una punzada, una terrible punzada, porque sabía que algo llamado corazón se le desgarraba en mil pedazos. Algo acababa de congelarse. Quizás el tiempo; quizás su cabeza. Quizás los oídos, pues no oyó nada nuevo. Quizás la vista, pues se le acababa de helar la pupila contemplando aquella puerta tras la cual se le iba todo lo que había conocido: sus recuerdos, sus cosas, sus días y sus noches. Todo, absolutamente todo, acababa de volar con aquella frase.
Ni siquiera dijo algo. Ni se movió un solo centímetro. Ni lloró escandalosamente. Sabía lo que pasaría, pero por algo extraño, no reaccionó. Un médico diría que estaba en estado de shock. Solo pensaba en el tic-tac del reloj de la pared, que con un humor macabro le decía que el tiempo jugaba en su contra. Solo oía como silbaba la olla express, mientras se le escurría de entre las manos todo lo que había querido.
Tenía ganas de meterse en el agua. Entró en la cabina del baño, y sin fuerzas, sintió desfallecer. Se sentó en el plato de la ducha y aunque no había abierto el grifo, un par de gotas rodaron por su cara.
Aún recuerda aquel olor a café que impregnaba el aire, inoportunamente, en aquella tarde de un 7 de Noviembre, la que posiblemente sería la tarde más inoportuna de su vida. Nunca, nunca más, volvió a llorar.

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