miércoles, 25 de noviembre de 2009

Hasta siempre o el chico que no sabrá decir adiós.

Y cuando ella hablaba, lo embarullaba todo. No conseguía aclararse, provocaba la risa y ella se acaba riendo a carcajadas. Cuando ella le escuchaba, sentía seguridad. Escuchaba su voz dulce, serena, mientras charlaban animadamente. Setenta y tres años que no pasaban por ella. Era dura. La vida le había exigido mucha entereza para aguantar sus embistes. Se sentaba a su lado y se sentía automáticamente mejor. Podía contarle una vida entera, pero no lo hacía; prefería escucharle. Él abría los ojos cuanto podía, intentando mantener la compostura, porque se dormía. A pesar de todo, le hablaba hasta que reventaban sus cuerdas vocálicas. Le escuchaba porque necesitaba de su sabio consejo. La voz de la experiencia. Esa que le hacía sentir bien. Porque sabía que ella estaba allí, escuchándole y comprendiéndole, con la mirada clavada en él. Ella le hacía sentir bien. Porque no quería verle sufrir por nimiedades. Porque cuando le vio aquella tarde, se alegró muchísimo. Porque le quería... y él la quiere.
Y cuando ella volvía a hablar, lo embarullaba todo. No conseguía aclararse, él no conseguía entenderla y ella acababa lloriqueando. Cuando él la escuchaba, sentía miedo. Oía su voz anciana, temblorosa, mientras agarraba con fuerza al auricular del teléfono. Setenta y tres años que no pasaban en balde. Era como una niña. La vida le había privado de todo cuanto tenía y ahora no era más que un ser inanimado. Podía sentir cómo temblaba al otro lado de la línea, como si estuviese realmente asustada. Podría haberle contado una vida entera, una vida increíble... el miedo del que ya no se acordaba, pero que temía ahora más que nunca. Pero no se acordaba. Él acababa cerrando los ojos, intentando mantener la compostura, porque no podía más. A pesar de todo, la escuchaba. Escuchaba sus delirios e incongruencias, porque a su edad necesitaba alguien que la escuchase. Alguien que la apoyase. El hombro del nieto, ése al que ya nadie le llamaría así. Ése que le tranquilizaba en sus días de temores, en los que veía a la muerte como un futuro demasiado próximo. Una intrusa que ahora le pedía rendir cuentas.
Ahora él no sabe qué hacer, ni por qué alguien ahí arriba le ha arrebatado a dos de las personas que más quiere. Porque aunque sigue ahí, ya no es lo que era. Porque sabía que ella no estaba allí, ni le escuchaba ni le entendía, tenía la mirada perdida en algún punto indefinido del techo. Porque no quería verla sufrir en la recta final. Porque cuando la vio aquella tarde y en aquel estado, palideció. Porque ella le quería...y él también la quiere. Porque él estará allí, apoyando siempre que se vaya...Y la querrá siempre.
Ya ha pasado más de un mes y cuando lo pienso, no entiendo porqué , porqué se van ellas dos a la vez. No sé quién ha maldecido noviembre. No es justo asistir al ocaso humano y sentir angustia, sentir una impotencia terrible por no poder hacer nada. No es justo que las enfermedades torturen así a las personas y a los que les rodean. No, no lo es. No son ellas... ya no. Y no debería escribir todo esto, debería hablar de viajes, pero ahora mismo no puedo. No, tenía que decirlo de alguna manera, ya no podía fingir que no pasaba nada. Con tantas cosas que suceden, ya no sé ... no sé si ahora estoy bien. Ya no sé ni como estar.

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