sábado, 12 de diciembre de 2009

1996.

- No quiero apuntarme - dijo, con su vocecilla infantil.
- ¡Ah, claro que sí! - inquirió su madre, muy seria.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué no?
- Porque yo quiero pintar y no venir aquí.
Un hombre, sentado tras la mesa del despacho, rió divertido. Estaban en una oficina cualquiera, de un edificio cualquiera. El niño vestía una parka verde, con un jersey de lana. Los pantalones, de pana, los llevaba manchados. Siempre acababa sucio jugando en el parque. No era bruto, a pesar de todo . Su madre le agarraba sus frágiles manos, siempre frías.
- Tiene cuatro años y mírelo. Es tan cabezón como su padre.
- Son cosas que pasan.
Era pequeño, moreno y últimamente muy rebelde. Se negaba y se negaba: no, no y no. Le traía de cabeza a todos los que le rodeaban.
- ¿Va a apuntar al niño? Tengo que atender a más gente - indicó el hombrecillo, con cierta impertinencia. Pudieron ver a través de las persianas de la ventana que afuera esperaba sentada una niña rubia, pequeña y de ojos azules.

- No señor Hernández, no hay manera - dijo la madre.

El niño se había quedado pasmado, mirándola a través del cristal. Debía estar soñando.

- Nos vamos - dijo la mujer, suspirando.- Niño tira para casa, que me tienes contento.

- ¡Espera!- exclamó él.- Puedo probar. ¿Dónde tengo que firmar?

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