viernes, 18 de diciembre de 2009

Veinte inviernos en Moscú (II)

Corría como un loco por los pasillos blancos del hospital, apenas rozando con sus pies desnudos la baldosa helada. Tenía que verlo. Tenía que sentirlo. Tenía que saber que aún seguía estando vivo.
- ¡Eh, no se puede correr por el hospital! - gritó una enfermera. Pero no la oyó. O no quiso. Qué más daba.
Estuvo a punto de chocar con varias camillas, pero a pesar de su atontamiento mental, supo esquivar todos los obstáculos. Se había despertado del sueño más profundo y largo que una persona jamás hubiese tenido. Los sentidos le golpearon con violencia, trayéndole extraños recuerdos que casi parecían muertos. El olor a lejía, el frío intenso en los pies, los teléfonos sonando a todas horas. Qué sensación, qué extraña y maravillosa sensación.
Salió del hospital, tan solo provisto de un pijama de algodón. El aire se había congelado en la mañana moscovita. Rápidamente empezó a sentir, a sentir como nunca lo había hecho, tanto que le resultaba mareante.... y magnífico. Nadie en el mundo era ahora más feliz que él. Inspiró profundamente aquel aire congelado, sucio, lleno de humos de coches... pero también lleno de vida. Lleno de cientos de personas como él, que caminaban, corrían, lloraban, gritaban y reían. Que sencillamente existían bajo la nieve de Moscú.
El hielo pretendía acabar con sus pies indefensos, que recibían aquel frío glacial con punzadas dolorosas. Extendió las palmas de las manos, anonado.
Una mujer le vio y puso el grito en el cielo:
- ¡Por Dios! ¿Qué pretende usted?
- ¿No es maravilloso el invierno en Moscú?- respondió él, que miraba extasiado la caída de un copo de nieve sobre sus manos.
- Es frío, terriblemente frío. ¿Qué quiere, coger la muerte?
Sonrió, misteriosamente.
- Pretendo coger la vida
- Yo le veo muy vivo...
- Es verdad, siempre he estado vivo. Pero veinte años de sueño son casi sinónimo de veinte años de muerte. Siempre he estado demasiado somnoliento para ver lo fantástico que es vivir.
Y allí le dejó, loco completamente, viendo la caída de la nieve. No se movía, sólo sonreía. Y volvía a sonreír. Sasha Popov había vuelto a nacer.

2 comentarios:

Ines_tables dijo...

Qué bien nos trasladas a otros escenarios, casi sentía hasta el frío.
Dí que acabo de venir de Ucrania y he conocido lo que es estar a -20°!!

Borja R. dijo...

gracias ines jeje lo cierto es que estos dias de tanto frío ayudan.. pero estuviste a veinte bajo cero? uff, no me lo quiero imaginar.