miércoles, 9 de diciembre de 2009

Yo y mis consecuencias (parte I)


De nuevo, asomado al balcón de la casa. El calor era inaguantable en aquella ciudad, incluso a aquellas horas de la noche. Se colocó el flequillo, ensortijado por el sudor. En el fondo, sabía que iba a echar de menos aquel calor desértico. Iba a añorar el olor de la lavanda, el ambiente teñido de azafrán entre las casas blancas. Iba a acordarse de su tierra todos los días de su vida.



Oyó un bombardeo intenso en la lejanía, que iluminó el cielo por unos instantes. Una lluvia, incesante y monótona. No era agua, sino metralla. La lluvia hacía tiempo que dejó de caer, probablemente se había evaporado con las últimas esperanzas de una guerra que duraba ya demasiados años. Una guerra de telón de fondo, que había marcado todo lo vivido hasta el momento. Pero sería el último día que la tendría que vivir en sus carnes. Probablemente, la próxima vez que supiese algo de la guerra, sería a través de la prensa, en algún lugar a centenares de kilómetros de allí.



- ¿ Qué haces aquí? Está todo listo para que te marches - dijo un señor mayor, con tono impaciente. Debía ser su padre.



- No sé qué estoy haciendo. Sinceramente, no lo sé.



- ¿A qué viene eso?



- Viene a que no tengo un objetivo claro. Viene a que no tengo nada pensado. A que no sé que va a ser de mí en unos meses.



- Bueno, al menos algo claro tienes. Tienes un coche listo para pasar la frontera.



-No, no lo tengo. Y cuando te digo que no lo tengo, es un no rotundo. Si he tomado decisiones, han sido por necesidad y no por convencimiento.



- No sabes qué camino tomar. Me suena esa historia.



- Veo esta habitación y veo lo que dejo atrás... - murmuró, con cierta tristeza en la voz. La sala estaba completamente vacía.- Y no sé si quiero dejarlo...



- No es fácil para nadie. Pero hay que tomar decisiones.



- Se exigen respuestas y hay demasiadas preguntas- comentó , abstraído.- Hay demasiadas soluciones, pero ninguna me convence. Lo que decida a partir de ahora, me marcará por siempre. No sé, no sé nada. No sé si coger y hacer las maletas e irme a Europa. No sé si esperar a que vengan las brigadas para llevarme al campo de batalla. No sé, no sé nada.



- ¿Qué quieres, entonces?- preguntó el anciano, contrariado.



- Quiero que llueva. Quiero que llueva esperanza en este desierto.

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