martes, 26 de enero de 2010

El sonido del miedo.



La señora Ó Baoill andaba ajetreada mientras preparaba la comida. Corría de un lado para otro, sin saber muy bien qué hacer. La comida ya olía a quemada. Como de costumbre, estaba nerviosa. Cuando el señor Ó Baoill decidía invitar a la familia a casa, siempre había problemas y prisas.

- Shaun, no puedes ver eso. Eso no son cosas para niños.

- ¡Pero mamá...!

- Quita la tele, Shaun. Además tienes que ayudarme. Marcia ha ido a recoger a Lily y Connor está con los papeles del seguro.
- ¡Joder pero...!
- ¿ Shaun qué clase de lenguaje es ése? - dijo su madre, horrorizada - ¿Me has oído alguna vez decir éso? Éso es barriobajero Shaun. Tú no lo eres.

Shaun veía la televisión. Como de costumbre. Le impresionaba ver los carros de combate en la pantalla, que luchaban en algún país perdido. Debían ser enormes. Terribles. Shaun jamás entendió por qué existían esas cosas en el mundo.

- Hay un billete de cinco libras encima de la repisa. Dejé encargado un pedido en Ó Briain - continuó ella. Le apagó el televisor. El chico torció el gesto, molesto.- No tardarás nada.

El chico entornó la puerta y salió por el jardín trasero. Odiaba los recados. Hacía frío. Como de costumbre. Las hojas quebraban bajo la suela de sus zapatos. Se subió la cremallera de la chaqueta hasta arriba y caminó un par de manzanas por el viejo barrio residencial, hasta llegar al centro de la ciudad.

Llegó a la tienda del viejo Ó Briain. Le pagó y se llevó la bolsa, calle abajo. No había esperado mucho; había poca gente aquel día. Quizás el frío les había espantado.

No recuerda exactamente en qué pensaba. Probablemente, en aquel momento caminaba tranquilo, sin más preocupación que saber lo que cenaría aquella noche. Entonces, lo oyó.

- ¡Corred, corred!

Se dio la vuelta, rápidamente. Una ingente cantidad de personas corrían calle abajo. No sabía que pasaba.


- ¡Bomba, bomba! - gritaba un hombre, corriendo calle abajo.

No le dio tiempo a reaccionar. Sus piernas, lastimadas aún por una caída reciente, comenzaron a moverse rápidamente entre la muchedumbre, sin saber a dónde iban. El pánico era lo único que dominaba a la masa, que gritaba alocadamente. Vio un par de personas caer y cómo pasaban por encima de ellos, sin siquiera pararse. Cuando quiso darse cuenta, sucedió. Una tremenda explosión hizo saltar un coche por los aires, mientras una fuerza invisible le empujaba contra el hormigón. Ensordecedor. Brutal. Terrorífico.
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No sabía cuanto tiempo había estado inconsciente, pero ya era de casi de noche. Cuando volvió a abrir los ojos, vió escombros. Destrucción por doquier. Quiso no ver a la gente que había tirada en el suelo. Pero la vio. No se lo pudo quitar de la cabeza. Nadie abría los ojos. Torpemente, se levantó y empezó a correr, asustado. Chillidos. Gritos desgarradores. Sirenas histéricas a la vuelta de la esquina. Varias ambulancias pasaron junto a él, en apenas unas décimas de segundo . Una enorme columna de humo se elevaba sobre el cielo, queriendo dar testimonio de lo que acababa de acontecer. Shaun siguió corriendo, mientras la gente estaba aún tirada por las aceras.
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Sin aliento, se metió por una callejuela y se quedó quieto. Jamás pensó que el terror se presentaría a la puerta de su casa. Ya no podía más. No podía haber pasado. No podía ver películas para mayores, ni conducir por Irlanda. Si no tenía la edad para eso tampoco para lo que acababa de suceder. No podía haber sucedido. Pero sucedió.
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- ¡Shaun! ¡ Dios, Shaun!
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La señora Ó Baoill se bajó del coche y corrió por la calzada, sin aliento. Todavía le quedaron fuerzas para avalanzarse sobre su hijo, estrujándole entre sus brazos. Tenía los ojos bañados en lágrimas.
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- Joder, joder, Shaun... Joder. Joder no me lo habría podido perdonar. En la vida Shaun. En la vida. Joder.... - repetía ella, como si no se creyera tenerlo allí mismo. Lloraba. Y seguía llorando.
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- ¡Estoy bien, estoy bien! - exclamó, con la cabeza todavía confusa.- ¡Pero es que estás hablando como una...!
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- Qué importa como hable ahora, Shaun - contestó la mujer, que temblaba aún de pies a cabeza.- Qué importa...
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Jamás pensó que no quisiese hacerse mayor, que no quisiese crecer. Pero ahora no. Shaun Ó Baoill nunca creyó que las bombas explotasen en un lugar como aquél. En lugar como Irlanda del Norte. Shaun Ó Baoill nunca había oído algo así. Allí mismo, abrazado a su madre en medio de Flower Street, Shaun Ó Baoill oyó por primera vez el sonido del miedo. El niño de la cara pecosa se había convertido en adulto. Repentinamente.

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