sábado, 30 de enero de 2010

Notti di origano (noches de orégano).


"Llenaríamos ciento setenta Biblias si transquibiéramos todas las palabras por las que hemos reído. Llenaremos otras seiscientas, hasta que me revienten las cuerdas . Te habría enseñado Santa Maria di Fiore y habrías pegado la sonrisa en cada uno de sus muros, todos los días del año. Nos perderíamos mil y un veces en las cercanías de Palazzo Pitti, pero volveríamos sin mapas. Hilvanaría una noche estival sabor orégano, navegando entre las aguas del Arno. Te habría comprado el alma. Sí, el alma, ese alma nocturna que sobresale por las comisuras de sus labios sobre el Ponte Vecchio. Te habría comprado el alma en diezmil quinientas... ¡qué digo! en oncemil quinientas millones de ocasiones. Más divina que mundana, te habría puesto un candado en ese mismo lugar, en esa misma barandilla, para que quedases atrapada en la Tierra . Y no me habrías reñido.


"Vámonos fuera. Llévame a Florencia, aunque sea en la maleta. Donde tú quieras, pero quiero perderme contigo". Já. Siempre hay una nota aclaratoria en la última palabra , un asterisco que te lleva al final (al principio, más bien) del párrafo vital de nuestras conversaciones interminables . ¿Por qué? Hace tiempo que nos entendemos: ya sabes tú porqué. Las locuras que soltamos al viento dejan de tener sentido si dejamos de hablar de las dos personas implicadas en este asunto. Las dos únicas. Supuestamente, claro.


Esos astericos no tienen porqué estar ahí toda la vida. En absoluto. Tengo el pálpito. Presiento que no. Supongo que solo los locos vuelven a sus locuras. Yo que sé. Soy yo. Qué esperabas".
.
.
Debo haber perdido el juicio. Lo peor de todo, es que no me importa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buenísimo no, lo siguiente. No tengo palabras para describirlo.