lunes, 22 de febrero de 2010

Como las naranjas.


Quién no compra naranjas de marca. Quién no mira la procedencia. Quién no mira el precio y sobretodo, quién no mira la etiqueta. Quién no mira la marca. La marca es un renombre. Es un honor. Aunque sea una auténtica porquería, el que puede compra las más caras. Se suele dar por entendido que tienen mayor calidad. Se suele presuponer. Y así con una grandísima cantidad de artículos de "lujo". Pero eso es otro cantar.


Quién, después de comprar naranjas de marca, compra naranjas desconocidas. Pocos. Nunca sabrán a qué saben las naranjas sin marca. Puede que las caras den buenos resultados. Pero también pueden ser un error. Pueden ser malísimas. Pellejudas. Ácidas. Sin la dulzura que las caracteriza. Puedes acabarte el último gajo y darte cuenta de que, realmente, te sabe a poco. No tiene zumo. No tiene sustancia. No tiene nada. Además, si no tienes cuidado, se estropean. Tienen una vida efímera. No tienen calidad y ni siquiera saben bien.


"Es que no son unas cualquiera", te dice el vendedor interesado. Y le creen. Algunos, que no son pocos, le creen. Para los que llevan toda la vida consumiéndolas, ya no les resulta desagradable. Ya se han acostumbrado a ese sabor. No piensan que realmente son un timo.


Pero un día, quizás por error, se cuela en la bolsa una naranja diferente. Comprueban que nunca habían experimentado ese sabor. Dulce. Jugoso. Se deshace en la boca, invade todos los recovecos ocultos del paladar. No quiere que se acabe esa sensación. Sin embargo, ya se acabó el último gajo.



Entonces se da cuenta. Se da cuenta de qué clase de bazofia estaba comiendo. Va corriendo al supermercado y compra más. "No, no quiero naranjas de cinco cincuenta", dice al principio, casi con timidez. Y termina pasándose a las naranjas de uno con noventa y nueve. No sería el único.


1 comentario:

Ana Belén dijo...

Muy interesante tu blog, aqui tienes un fiel seguidora.
Un saludo!

http://viajeslospontones.blogspot.com