lunes, 21 de junio de 2010

Las mujeres que no amaban a los hombres.



La noche más oscura se cernía sobre el barrio de La Boca. Alguien había reventado la única bombilla que aún colgaba de un viejo cable. Un hombre apareció al final de la calle.





- ¡Dora!





Nadie respondió. Levantó la voz aún más, por si acaso.





- ¡Dora! ¡Dorotea Leonetti! ¡ Dori!





La luz del tercer piso se encendió entonces. Una mujer en camisón, aún joven, se asomó a la ventana, bostezando.





- ¡Dori, Dorita! - gritó él en cuanto la vio.





- ¿Qué querés, viejo loco?





- ¿Tenés esperando a un cliente ahora?





- No. Son las cuatro de la mañana y tengo que levantarme pronto. ¿Qué querés?





- Hablar. Hablar de lo nuestro. Será un minuto. ¡Dejá que suba!





- ¡La concha de la lora! ¡Beni, sos un enfermo! - exclamó la chica, muy enfadada.- ¿Es que no ves que no hay nada? ¿Por qué no volvés con tu mujer y me dejás dormir?





- ¡Dori, yo no quiero a mi mujer! - gritó con desesperación el pobre desdichado, dejándose las cuerdas vocales en ello.- ¡Te amo! ¡Dejáme subir, te lo suplico!





La mujer puso los ojos en blanco, en señal de hartazgo. Suspiró profundamente, hasta que al final dijo:





- Está bien. Sube. Pero ya dejá de gritar. Vas a despertar a medio Buenos Aires.


















Poco a poco, la aguja pequeña del reloj de la plaza de San Julián fue descendiendo, mientras la ropa se esparcía rápidamente por los pasillos de la casa de Dora Leonetti.











Hubo tiempo. Tiempo para todo. Para perder los papeles. La razón. La ropa. El sentido. El tiempo.











"Empezaremos de cero, huiremos de aquí". Pero la época de los amantes y las huidas quijotescas había pasado a mejor vida. Para algunos.








- ¿Tenés oficio reconocido? - preguntó la meretriz.





- Estoy parado.





- ¡Ah, no me seas pelotudo! ¡Eso no nos dará plata, Beni!





- ¿Y a quién le importa la plata, Dori?





- ¡A mí! - le besó nuevamente el cuello. - ¿Y qué hacés para sobrevivir?





- Quererte.











La porteña soltó una risotada alegre.







- Me tendrás que pagar más si querés que te quiera. ¿Cuánto tenés en la cartera?



- ¿Qué me das por un peso?




- Un beso.



- ¡Dori!



- El resto viene solo, bobo. Recordá que estoy de dos por uno.



- No está mal. Pero eso serían doscientos pesos- replicó el hombre.












- ¿A quién le importá la plata, Beni?
















Benicio creyó entrever una sonrisa dibujándose en tan solicitados labios, justo antes de perseguirlos con los suyos hasta el colchón y no soltarlos .








Otra vez, las contraventanas del tercer piso se volvía a cerrar. El día había volado. La noche se cernía de nuevo sobre los tejados del barrio de La Boca. Solo la voz de Carlos Gardel rompía el silencio de la madrugada: Mi Buenos Aires querido, cuando yo te vuelva a ver...


http://www.youtube.com/watch?v=q5NH4lE11CI&feature=related (uno de los tangos más famosos de la historia)

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