jueves, 24 de junio de 2010

Humanos.


¿Qué tiene el fuego que tanto nos atrae? Probablemente es ese movimiento errante e hipnotizador el que nos engancha, que apela a los instintos más primitivos de las personas. Hoy día, en plena era tecnológica, el fuego no es algo cotidiano como lo podía ser hace cien años. Antes, la familia se reunía en torno al hogar de la casa, calentándose con las brasas de la chimenea. La calefacción le ha quitado ese romanticismo que tenía. Vamos hacia la deshumanización de las personas, pero también afecta a todo en general. Incluso a algo tan insignificante como es el fuego. El tiempo pasa y todo debe pasar.




Quizás estamos avocados hacia esa artificialidad. Destinados a no sentir porque sí, a no vivir porque sí: todo debe estar controlado, desde el principio hasta el final del día. Menos sería caer en la improductividad y en lo poco práctico. A eso se resumirá todo: a ser prácticos. A ser cosas inertes que van de la cama al coche, del coche a la oficina y de la oficina a casa. Predecibles casi con un 100% de seguridad, con un margen de error más cerca del cero que de la décima. Garantizados atemporalmente. Asegurados a todo riesgo. Envasados al vacío, esperando que alguien abra ese envase y puedan entrar aires nuevos que rompan esa artificialidad. Si se siente es por puro aburrimiento. Hoy tengo ganas de llorar: giro la ruedecita. Quizás no se haya llegado a estos extremos, pero a veces lo parece. Sentir se ha vuelto un artículo de lujo de primera línea, aunque siempre ha sido de primera necesidad. ¿Quién le puso precio?







Mientras, todo se esfuma, sin saber bien a dónde vamos. San Juan se ha ido y ya está. Hoy solo queda el recuerdo de lo que fue y una serie de restos temporales aún por barrer. Quedarán apenas pequeños retazos de realidad, congelados en fotografías y en un pequeño espacio en el cerebro que quizás, no dentro de mucho, ya habremos ocupado con otro más interesante. Pero lo cierto es que este año, este día, e incluso, este segundo, ya no volverá nunca más a pisar la tierra. Ni este, ni el otro, ni el siguiente... es realmente aterrador.








Lo cierto es que, aunque hayan pasado los años y los siglos, seguimos deseando las mismas cosas. Adaptadas al tiempo, sí, pero son en base lo mismo. El fuego sigue atrayendo como desde el principio de la existencia, porque aunque creamos saber explicarlo todo mediante ciencia, sigue guardando el mismo misterio y belleza que siempre. Nunca llegaremos a entender plenamente por qué el cielo es azul, por qué moja la lluvia o por qué la nieve nos congela las manos. Y quizás es mejor así.





Ayer, todo el mundo llevó madera a la playa y contempló como ardía, entre el alcohol y la fiesta que rodea a la noche que da inicio del verano. Con el frío de la madrugada, la gente empezó a acurrucarse frente a las hogueras, y más de uno dijo "¡ es increíble el calor que da!" y se quedó un buen rato pensando delante de ella. Es increíble. Podría haber sido el solsticio de un 23 de junio de 1310 y apenas habríamos notado la diferencia. Seguimos sintiendo esa fascinación por el fuego, esa cosa que brilla en la oscuridad con una intensidad tremenda y que aún no entendemos. Por eso que se nos escapa del entendimiento y de las manos.



Los tiempos, las circunstancias y las personas pasan. Pero no cambiamos. Seguimos siendo los mismos. Humanos.






Time it was, and what a time it was, it was
A time of innocence, a time of confidences
Long ago, it must be, I have a photograph
Preserve your memories, they're all that's left you ...



(Simon and Garfunkel, Bookends)





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