sábado, 25 de septiembre de 2010

Ponte la bufanda, llegan nuevos aires.


Escondes los tobillos bajo unos vaqueros, te enfundas en un abrigo y abres la puerta. Llueve y hace fresco : el tiempo de la canícula ha pasado a mejor vida. Mantenía aún la esperanza de volver por la playa (tonto de mí) y despedirme del verano en condiciones, pero va a ser que no. Quedan por delante seis meses de frío y nueve de aulas.






Claclaclaclac, se queja la cadena oxidada. Avanzo entre la muchedumbre sobre dos ruedas. Le cuesta avanzar. Llevaba años dormida en el trastero, aún no se ha desperezado. Mientras, alguien ha corrido el rumor de que el Sol agoniza en los cielos y todos salen a la calle, al paseo de la playa, para darle una más que merecida despedida.






Los nostálgicos comen helados sentados en un banco, viendo la vida pasar mientras se les congela la garganta. La tramontana irrumpe repentinamente. Un transeúnte descamisado echa a correr. Uyyyy exclaman los muros desprevenidos. La tierra se ha tragado los turquesas y dorados, escupiendo, de vez en cuando, marrones y ocres. Crac, clac-clac, crac, clac-clac... el crujido de las hojas acompasa ritmos con la cadena. Crac, clac-clac, crac, clac-clac.




Llego al rompeolas con la bicicleta. No hay nadie. El mar está lo suficientemente revuelto como para que las gaviotas vuelen tierra adentro despavoridas. Decido ponerme la bufanda; han llegado nuevos aires. Quién sabe si son los del otoño. Quién sabe si son los del cambio.






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