martes, 21 de septiembre de 2010

S.T.T.L. Que la tierra te sea leve.

Y un día te despiertas, coges un avión y las cosas suceden deprisa. Llegas al hospital, corres por los pasillos pidiendo un milagro y ella está allí. Sois los mismos. Tú con barba, ella con veinte kilos menos. Te mira. Han pasado dos años. Sorteando los tubos, coges su mano. Caliente. Huesuda. Siguen siendo sus manos. Te mira. Te mira con unos ojos grises azulados que taladran el alma y llegan a lo más profundo de tu ser. Sabes que has cometido el error más grande de tu vida. Pero te agarra la mano. No puede hablar, dicen. Pero hablas, hablas y hablas. Y no deja que te sueltes. No quieres soltarla. No quiere soltarte.


Y, de repente, ocurre. Su voz es débil pero segura. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, pronuncia tu nombre. Pronuncia su nombre. Os mira. Os coge con tanta fuerza de las manos que no hace falta nada más. Sabe que estais ahí. Se lo quieres decir todo. Está ahí. Sigue ahí. Y se ha emocionado como una niña.

"El diagnóstico ha mejorado". Te subes al autobús. Dos con veinte; final de línea. La lluvia lame los cristales. Se desata un vendaval. . Llegas al hospital. Entras en la sala. Sigue con los ojos abiertos. Su respiración son golpes secos, los intentos desesperados de mantenerse a flote, como un barco que se hunde irremediablemente. Es fuerte. No sabes qué ocurre. Pero te sigue mirando sin pestañear un solo segundo.



- Mientras estén aquí, no piensa cerrar los ojos. No duerme. No descansa. Solo quiere verles.



Te despiertas, te vistes, coges el autobús. Dos con veinte otra vez, caballero. El cielo es más azul que nunca. La tempestad se fue, la calma lo invade todo. Entras. Sale una mujer llorando y te besa. Dice que se acabó. Que se ha ido. Para siempre.


La enfermera escribe un latinajo en el informe y hace entrega del mismo.



" Exitus".



Exitus tu padre.



Sales a la azotea. Silencio. No se oye más que el murmullo del agua en una fuente y el viento otoñal soplando entre los quejigos. Miras más allá, donde la vista se pierde, donde empezaba tu infancia, tu pueblo, ése de casas blancas, ése al que sabes que ya no vas a volver jamás. Sus palabras vuelven a resonar en tu cabeza. Te ahogas.





Miras al cielo. Jamás te habías fijado en él. Quizás por ello su belleza siempre te había pasado desapercibida. Sonríes. San Pedro debe estar de los nervios. Probablemente ya le ha llamado cateto. Seguro que ya le ha contado al jefazo que Menchu Tureño la tiró al río de Villaviciosa porque era más guapa que ella. Seguro que está hablando inglés, (pronunciado a su manera, por supuesto), diciendo "Champión", "Cagafú" y contando el chiste del queso. Seguro que allá arriba nadie la entiende, porque solo yo, a veces, lo entendía.



Hoy pasé por delante de la cafetería Central y no pude evitar volver la mirada hacia las mesas de la terraza. No estaba Maruja. Tampoco estabas tú. Me extrañé. Solo han pasado un par de días y aún no me hago a la idea. Se hace raro que no estés. Demasiado raro.






Ella no se merece este "homenaje" porque peca de mediocre. Se va una de las mujeres más fuertes que he conocido, la mujer que se aferró a su vida hasta el último segundo de su existencia. Solo espero que estés escanciando sidra y que, como decían los romanos, sit tibi terra levis, "que la tierra te sea leve" .

Dondequiera que estés, descansa en paz, Marilín.








1 comentario:

Magda dijo...

Se hacen muy duras estas cosas, sobretodo cuando ocurren de esta manera tan... ya sabes cómo. Mi más sentido pésame, Borja, y para cualquier cosa me tienes aquí para todo.

Petonets para todos. Un abrazo muy grande desde Barna.