jueves, 28 de abril de 2011

Una cárcel de sordos.

Y de repente, lucidez. La tan odiada y tan amada lucidez. Habían pasado un número indeterminado de horas en blanco. Una sala, mucha gente, mucho humo. Duda si es de día o de noche, aunque en ese momento tiene otros problemas que atender. No sabe cómo, pero está bailando con una mujer que no había visto en su vida. Le cuesta pensar y respirar a la vez.




Grita a todos los que le rodean y se ahoga en su propio silencio. Hace años que trata de ponerse por delante de todo aquello, y ahora....




- Mañana será otro día, amigo.











La mañana del domingo fue terriblemente apática. Un dolor se extendió por todo el estómago haciéndole jadear de vez en cuando. Se arrastró hacia el sofá y perdió el tiempo como de costumbre. Apenas comió un cuenco de lentejas del día anterior y se acostó de nuevo.

Ahogó la tarde entera bajo de las sábanas. Allí comenzó a pensar. La oscuridad era su medio ideal. Su madre entró, más de una vez, para recordarle que al día siguiente tenía revisión del dentista.


- ¿Te has puesto el termómetro?- dijo, con gesto preocupado- Como sigas así, vas a tener que ir al médico.


Le trajo el Ibuprofeno y un vaso de agua.



¿Qué estaba haciendo con su vida? Hacía tiempo que no lo sabía, pensó cuando ella entró en la habitación. Aquello de tumbarse por la tarde los domingos se había convertido en una obligada costumbre. Los dolores le mataban todas las semanas y cada vez se sentía peor.





Pensó en decírselo.







Así, como no quien quiere la cosa, llegó el martes. Y el miércoles. Cuando se dio cuenta ya no era ni jueves, sino viernes.









Y de repente, culpabilidad. La tan odiada y tan amada culpabilidad.Habían pasado un número indeterminado de horas grisáceas llenas de culpabilidad. De nuevo, una calle, mucha gente, mucho humo. Duda si es de día o de noche, aunque en ese momento tiene otros problemas que atender. No sabe cómo, pero está sentado en una acera con una mujer que no había visto en su vida. Le cuesta pensar y respirar a la vez.



- ¿Subimos o lo hacemos directamente en el portal?- pregunta ella con cierta dificultad.



Desesperado, mira a su alrededor. Todo está lleno de cristales y botellas rotas. Nadie a quien acudir, nadie que le retenga. Duda unos instantes. No va a poder pensar con claridad. ¿O sí?



- A la mierda. Aún son las seis.


Hasta la campanilla, pensó. Aún no había despegado sus labios y ya la había arrastrado hacia el interior del portal.


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